El diálogo fraterno.
Si queremos
lograr la comunidad perfecta tenemos que aprender a educarnos a nosotros mismos
para capacitarnos en el diálogo, al intercambio fraterno. Una persona madura es
alguien que sabe escuchar y dialogar. Las palabras son el vehículo de la
intercomunicación personal. La vinculación nace y se cultiva por medio del
diálogo.
Nuestra sociedad es una sociedad paradójica. Estamos más cerca que nunca unos de otros, pero, la distancia espiritual es muchas veces abismante; hemos desarrollado con una perfección técnica increíble los medios de comunicación, y quizás como nunca en la historia hoy reina la incomunicación.
El mundo nuevo que queremos forjar, es el mundo de la plena cercanía espiritual entre los hombres, esa que vence todas las distancias físicas, es el mundo de la comunión interpersonal, aquella que, incluso, a veces ni siquiera requiere la palabra expresada, donde basta una mirada o un gesto para entender lo que el otro desea o piensa, y para saber de la mutua pertenencia.
Nuestros grupos y comunidades deben ser una escuela donde aprendamos a dialogar verdaderamente y a abrirnos a nosotros mismos para comunicar nuestra palabra viva y para recibir con alegría la palabra enriquecedora del hermano. No queremos ser maestros del monólogo, de aquellos que acaparan las palabras y no las sueltan; tampoco queremos “tumbas”, expertos en el silencio sepulcral. No, queremos un auténtico y enriquecedor intercambio. Ese es nuestro ideal.
Saber escuchar.
Saber respetar.
Desprenderse de las antipatías.
Evitar discusiones sin sentido.
Respetar la Verdad en el Otro.
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