La humildad nos hace agradables a Dios, a los
pobres y al prójimo.
Sabemos muy bien lo importante que es la virtud de la humildad en el servicio y en nuestra vida
espiritual y comunitaria. Es una característica del verdadero creyente. Las referencias bíblicas y
teológicas nos ayudan a actualizar y vivir mejor los aspectos de esta virtud en nuestra vida.
Refirámonos en particular a algunos de estos aspectos.
Cristo humilde:
“Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29). Ahí radica el tema
central de Cristo como modelo ejemplar para todos nosotros. ¿Cuándo y cómo Cristo ha sido
humilde y nos ha enseñado la humildad? Pensemos en los momentos más importantes de su
vida: la encarnación, su vida escondida en Nazaret, su pasión, su muerte, su presencia en la
Eucaristía. Allí se concentra todo su camino de “abajamiento y de vacío” para hacerse en todo
semejante a nosotros (Cfr. Flp 2, 5-8), para hacerse siervo no solo de Dios sino también de todo ser
humano.
María, humilde sierva: La Virgen se da este título como un “nombre nuevo”, tanto en la
Anunciación (Lc 1, 38), como en el Magníficat (Lc 1, 48). Así se manifiesta después en toda su
vida, asumida en el silencio de Nazaret. Es precisamente la humildad de la Virgen la que atrae
sobre ella la “mirada” misericordiosa y paternal de Dios, y la hace capaz de “cantar” el
enaltecimiento de los humildes, ante la vanagloria de los soberbios y los poderosos (Lc 1, 51-52).
El Hermano Gabriel Taborin:
Podemos decir que él fue modelo y maestro de humildad: es lo que
más nos impresiona como llamado a un estilo de vida inspirado en el carisma de familia. Tal
como sucede en todos los santos, su enseñanza está precedida y acompañada del testimonio
de vida, de los gestos y de las opciones que Gabriel hizo y vivió para conformarse al modelo de
humildad que es Cristo mismo.
Dimensión existencial de la humildad:
La humildad es más admirada que imitada, porque a
nadie le gusta que lo consideren poco o que lo excluyan. Pero esta perspectiva cambia si
partimos del significado etimológico de la palabra; en efecto, humildad viene del latín Humus,
que significa tierra fecunda, fértil.
En consecuencia, humildad es fecundidad y no aridez, ser
humildes es “ser tierra fértil”, aquella que produce los frutos del Espíritu; no quiere decir renunciar
a la propia manera de pensar, de ver, de actuar. Equivale más bien a saber aceptar los propios
límites y, al mismo tiempo, reconocer los dones de Dios en nosotros y en los demás.
Humildad es preguntarse ¿Qué puedo dar a los demás? En realidad, todos hemos recibido dones
que son irreemplazables, que debemos poner al servicio de los otros. Si traicionamos o
renunciamos a nuestra singularidad y especificidad, no somos en realidad humildes, porque
siempre será importante actuar en sintonía y en colaboración con los demás.
La humildad consiste en aceptar la vida de manera transparente, con alegría, con entusiasmo,
con el deseo de ponerla al servicio de los otros; y todo lo que hemos recibido debe ser
madurado en nuestro terreno personal que, si es humilde, es también fértil. El orgullo en una
persona humilde es una contradicción, tanto en este mundo, como delante de Dios.
(Adaptación del texto de Mario di Carlo, CM)